Se dice que un hombre es de su tiempo cuando vive integrado en el conjunto social donde se desarrolla su vida. El Pare Vicent, el Santo Vicente Ferrer fue un hombre completamente de su tiempo, absolutamente integrado en un amplísimo y extenso conjunto social donde se desarrolló su vida como fraile viajero.
Se conmemora los seiscientos años de su muerte en Vannes, sur de Francia precisamente a cientos de quilómetros de distancia de Valencia, su lugar de nacimiento.
Se le ha etiquetado como teólogo, predicador, escritor y, especialmente, como santo, etiquetas acertadísimas por cuanto aparte de Gramática Latina, Filosofía, Biblia, fundamentos de Derecho en Barcelona, Lérida y Toulouse, escribió en su juventud tratados filosóficos, estudió profundamente a Aristóteles y Santo Tomás de Aquino y redactó un Tratado sobre el Cisma Moderno, ejerció de Profesor de Teología con cátedra en la Escuela Catedralicia de la Catedral de Valencia.
Pero lo que le permitió alcanzar la excelsitud fue su total dedicación a la predicación de la fe cristiana y del mensaje de Cristo, paz, caridad, fraternidad, amor al prójimo y no solo con la palabra sino muy especialmente con el ejemplo de su vida humilde y de entrega, viajando a pie y, ya achacoso, a lomos de un pequeño asno, recorriendo la Provenza, el Piamonte, Delfinado, Valle de los Alpes, Lombardía, Saboya, es decir de Francia a Italia, Suiza y a Francia de nuevo. Dando muestras constantes de su ascetismo, no comía carne y cumplía estrictamente los ayunos.
Ya en España, por tierras de la Corona de Aragón, estuvo en Montpellier y Perpiñán, Barcelona, Gerona, Vic, Manresa, Lérida, Tarragona y Montblanch.
Por fin recaló en Valencia, su patria, tras múltiples cartas de los jurados solicitando su presencia, pues desde los últimos años del siglo XIV en que se dedicó enteramente a la predicación entrando en Francia, Italia y demás lugares que hemos descrito, hasta diez años después no volvió a Valencia, seguido de centenares de fieles y desde allí siguió a Liria, Teulada y Orihuela, pasando por Alcira, Terrateix, Albaida, Játiva, Luchente camino de Alicante, que debió hacer pasando por Onteniente hasta Bocairente, donde se refugió en una pequeña cavidad junto a las puertas de la ciudad para librarse, él y la multitud de penitentes que le seguían, de una violenta tormenta, en cuyo momento pronunció las palabras “Dichós el que tinga una mol-laeta en Bocairent que no morirá de mal temps”. Lo que recogieron los habitantes de la noble población del valle de la Mariola y lo mantuvieron hasta que lo colocaron en un artístico azulejo en la propia cavidad donde luce hoy, cavidad en cuyo interior rezuma agua que la piedad popular considera salutífera para determinados problemas oculares.
Siguiendo el itinerario que hemos comenzado llegó a Alicante, Elche y por fin a Orihuela en los confines del Reino, ya a finales de 1410. De allí pasó a Murcia, Lorca, Molina de Segura, Jumilla, Hellín, Tobarra, Chinchilla, Albacete y Alcaráz, en cuya iglesia, a la izquierda del Altar Mayor en una placa, puesta al pie de un balcón, se lee “Desde este lugar predicó San Vicente Ferrer”, lo que fotografiamos y transmitimos al notario D. Rafael Gómez Ferrer, Académico de nuestra Real Academia de Cultura Valenciana, sabiendo que investigaba la vida y obra del Pare Vicent. De aquí, para abreviar, porque sería interminable su relato, a varios lugares de Ciudad Real, Toledo, Valladolid, Zamora, Salamanca y ya en 1412 con Bonifacio, su hermano, a Caspe. De aquí saltó a las Baleares y vuelta otra vez a la Corona de Aragón desde donde se trasladó a Bretaña que recorrió en predicación incesante hasta mayo de 1419.
¿Y por qué esta incesante predicación que le acortó y malogró la vida? Sencillamente porque consideraba que la práctica de la religión cristiana era la única solución para los gravísimos problemas que afectaban a todo el Occidente Cristiano ya que la Iglesia Católica estaba dividida, tres Papas se disputaban el poder terrenal y el celestial. Las herejías amenazaban la doctrina de la Iglesia. El Reino de Castilla y el de Aragón habían sufrido guerras civiles y, en aquellos días la sucesión al trono de Aragón amenazaba una nueva, habiendo sufrido en su juventud la que se conoce como de los Dos Pedros, con asedios a su ciudad natal; guerras y pestes azotaban a Europa y la misma peste (enfermedad infecciosa letal) se cebaba en la Corona de Aragón y en la propia orden dominicana. No debiendo parecer extraño, pues, que la divisa del santo fuera “Timete Deus et date illi honores, quia venit hora iudicii eius”, pareciendo, pues, que se acercaba la hora del fin del mundo y del juicio final.
Interés especial tiene su participación decisiva en el Compromiso de Caspe, participación enjuiciada de manera diferente según el planteamiento ideológico en el momento presente. El catalanismo separatista y golpista lo juzga con dureza y virulencia porque lo consideran perjudicial para unos intereses creados seiscientos años después. Desde otros planteamientos no sectarios se ve de manera totalmente diferente. Una opción ha sido considerarlo como una voluntad producto de un concepto ya unitario de España, como una acción dedicada a conseguirla, lo que parece excesivo todavía en aquel tiempo lejano.
Para nosotros es evidente que no es producto de una decisión política contra nada y contra nadie. Como preparado jurista, debió conocer que los mayores derechos sucesorios correspondían al Trastámara y, muy especialmente, que la unión de ambas coronas, la aragonesa y la castellana iba a poner fin a las endémicas guerras que azotaban a ambos pueblos. Junto a lo de Santo, nuestro valenciano más universal merece el sobrenombre de Pacificador.