Las escuchan muchas gentes. En primer lugar los geólogos, a los que cuentan cuándo, dónde y cómo se formaron. Unas, granitos y basaltos, vomitadas por las gargantas profundas de los volcanes en las tenebrosas noches de los remotos tiempos en que se iba consolidando la Tierra, hace unos 14.500 millones de años.
Otras, como las calizas, construidas a partir de trozos, diminutos en general, microscópicos también, de caparazones o huesos de millones y millones de habitantes de los mares “antediluvianos”, desde las profundidades abisales hasta las playas costeras.
También, algunas como la llamada tosca, en buena parte de La Marian Alicantina, por la consolidación de capas de arenas marítimas en viejas costas tirrenienses del Periodo Terciario, arenas producto de la descomposición de rocas milenarias. Tosca es el nombre que reciben, así mismo, los travertinos en zonas interiores de la Comunidad, Anna especialmente, por la precipitación del carbonato cálcico disuelto en las aguas sobre plantas acuáticas.
Las escuchan los sedimentólogos, a los que cuentan cómo, cuándo y con qué se depositaron unas sobre otras.
Por supuesto las escuchamos los arqueólogos. Son muy locuaces con nosotros, les caemos bien porque las mimamos. Nos dicen si fueron utilizadas por los primeros seres humanos en proceso de hominización y de humanización desde hace unos cuatro millones de años, así como la fecha de su uso y para qué. Nos dicen cómo su uso cambió la vida de la especie humana e, incluso, su misma anatomía. Como nos permitió, lo que podemos llamar tecnología con lenguaje moderno, nuestra supremacía dentro del Reino Animal.
El sílex, la piedra de fuego, en uso hasta nuestros días, hizo el milagro. Un filo cambió el mundo inclinando la balanza hacia nuestra especie, cortar, cortar, punzar, clavar. Cuchillos, puntas de flecha, lanzas, encender fuego, trillar, pescar, cazar. Todo eso nos lo cuentan estos diminutos objetos.
Pero hay piedras extraordinarias que han permitido también cambiar el mundo o profundizar en la Historia. Las Tablas de la Ley, el Código de Hammurabi, la Piedra Rosetta, las mismas tablillas cuneiformes sumerias.
En España, y en Valencia por supuesto, hay numerosísimas piedras hablando porque son el soporte de los miles de libros que escribieron sobre sus hojas nuestros antepasados y ahí está Altamira y otras cuevas cantábricas con hojas escritas por neandertales y cromañones. Y aquí la inconmensurable Parpalló con más de cinco mil hojas de libros que escribieron durante 10.000 años sus habitantes. Y en las paredes de nuestras serranías miles y miles de ellas que no solo representan a los animales con los que coexistian y convivían, sino todo lo que hacían en su vida cotidiana, relatos históricos con vida en acción.
O con arte expresando ideas, pensamientos y sentimientos simbólicamente, esquemáticamente, probable trasunto de la escritura posterior.
Las estelas de guerreros del bajo Guadiana y del Algarve Portugués también dicen mucho, así como los abultados verracos célticos.
El arte ibérico sobre piedra, tanto del periodo Orientalizante como del propiamente ibérico es un torrente de mensajes.
Hablan a mineros y canteros. Con estos últimos son muy locuaces también, a pesar de un rudo trato y, quizás por eso, les cuentan minuciosamente todo lo que contienen en sus entrañas y, éstos, como Miguel Ángel, se limitan a eliminar lo sobrante. Los primeros las explotan, buscan en las entrañas de la Tierra las más valiosas que les proporcionan pingües beneficios, pagando bien por mal ya que su trato suele ser cruel.
Los poetas también las oyen, miren lo que escribió en el siglo XVI-XVII Rodrigo Caro “Estos, Fabio, ¡ay dolor! que ves agora, campos de soledad, mustio collado, fueron en otro tiempo Itálica famosa” al discurrir por sus ruinas muchos siglos más tarde, cuando la gran urbe había sido abandonada y él oía hablar a sus piedras, que le susurraban el bullicio en su foro, o en su anfiteatro y teatro o circo, así como el tránsito por sus calles de carruajes transportando a patricios, senadores o emperadores como Adriano, Trajano o Teodosio el Grande, o simplemente mercancías.
También Meca en Ayora nos puede contar algo similar, o La Bastida y Carmoxen ambas en Mogente.
Las piedras hablan y mucho, basta con intentar escucharlas. Son bienes patrimoniales únicos del pueblo que las utilizó, las cuidó y las mimó..Por ello debemos protegerlas. ¿Lo haremos? Ya vorem.
JOSE APARICIO PEREZ,
DIRECTOR DE LA SECCION DE ARQUEOLOGIA Y PREHISTORIA DE LA REAL ACADEMIA DE CULTURA VALENCIANA