El árbol, los árboles señorean el paisaje. Sería impensable un medio ambiente planetario sin ellos, porque el árbol, aparte de ser constante compañero nuestro en la gran aventura biológica de la vida terrestre, es mucho más.
Da calor, da sombra, da alimento, da cobijo a cientos de especies animales, da materia prima como soporte de la comunicación, la ciencia, la literatura, el arte, la historia, el pensamiento, la arquitectura, la decoración y permite la fabricación artesana o industrial de enseres domésticos.
Pero también da alimentos, la mayor parte exquisitos frutos esenciales para la vida humana, como nuestros naranjos, ahora en horas bajas por la inexistente atención de nuestros políticos, más preocupados por el poder interno y externo que por atender a las obligaciones hacia los ciudadanos que los han elegido y que los sustentan con su trabajo diario; si en un tiempo fue “la gallina de los huevos de oro” que proporcionó a Valencia y al Gobierno los recursos necesarios para sobrevivir la nación española, ahora el abandono de su defensa obligará a su desaparición casi inmediata como bien nos informa nuestro periódico Las Provincias sobre la intención de su arranque masivo.
El naranjo ha estado ocupando la mayor parte de nuestros valles costeros y algunos interiores, incluso ascendiendo por laderas, constituyendo el paisaje habitual que ha conocido nuestra generación y otras posteriores pero, en otras épocas, otros árboles productivos ocuparon su lugar, como las moreras desde el siglo XVIII.
Entre los autóctonos hay uno que empieza a ocupar grandes extensiones, el olivo, conocido el silvestre o acebuche desde tiempos prehistóricos, y con posibilidades de ir extendiéndose dada la mayor productividad que el naranjo hoy día.
Otros árboles se mantienen desde tiempos prehistóricos, bien como ornamentales, bien como productivos, así las carrascas (encinas) y las coníferas, que alternan su predominio según tiempo y lugar; el Pino Laricio hoy en zonas altas y en zonas bajas en épocas glaciales del Paleolítico Medio; el “Platanus Occidentalis”, habitual en nuestras alamedas y jardines; el almez o llidoner; el granado y la palmera mediterránea (Chamaerops humilis) o “margalló” en Lengua Valenciana y “margajón” en lengua del interior valenciano, antes del cambio de Era, o lo que es lo mismo antes del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
El árbol depura el medio ambiente, consume anhídrido carbónico y expele oxígeno. Sus residuos crean suelo vegetal que retiene la humedad y permite la vida orgánica en el mismo favoreciendo, por ejemplo, la extensión del Cuarto Reino de la Naturaleza, el de los Hongos, junto a los otros tres, Mineral, Animal y Vegetal.
Sin embargo, buena parte de los seres humanos no lo entiende así y, por acción u omisión, son auténticos arboricidas. Y aquí es necesario citar las malas políticas forestales y la poca inversión en cuidar nuestros bosques, que hoy día no se pueden dejar desamparados y exige tratarlos adecuadamente para evitar los pavorosos incendios que carbonizan millones de ellos.
Los recientes incendios que han asolado Cantabria, en su mayor parte han sido provocados y la Benemérita ha descubierto y detenido a varios pirómanos con las manos en el fuego, aprovechando los cálidos vientos del sur y la seca hojarasca para dar rienda suelta a su enajenación mental..
Por estas fechas y desde finales de enero, en Valencia y en otras partes del mundo se celebra el Día del Árbol, con el fin de crear y extender la conciencia, entre escolares especialmente, sobre la necesidad de su cuidado y protección. No hay ningún árbol inútil, todos cumplen una misión y, un servidor, lo pudo comprobar cuando, creyendo que uno que había plantado y que no producía, aparentemente, ni flores ni frutos, acogía, al principio de la primavera, miles de abejas, que libaban polen en miles de microscópicos capullos de imposible visión.
En compensación los ciudadanos debemos ocuparnos, individual o colectivamente, de fomentar la replantación en zonas deforestadas e incrementando la acción educativa en la enseñanza desde temprana fecha. Todos los años debemos plantar algo, aunque sea en una maceta para el balcón o la terraza. El día 31 de enero celebramos el día del Árbol y, ese día, antes o después, yo planto uno como mínimo, varios generalmente. Invito a los lectores a que sigan mi ejemplo ¿Lo harán? Ya vorem.